lunes, 29 de junio de 2009

Las "corridas de pollos" por el Jiloca (1)

Carrera pedestre de Blancas. Archivo Centro de Estudios del Jiloca.
Foto realizada por Pedro Corella Sánchez

Artículo publicado en la revista Cuadernos de Etnología, 21, Centro de Estudios del Jiloca, págs. 21-44 ~ 2008 ~ISSN: 1136-8209

José Antonio Adell Castán y
Celedonio García Rodríguez


Las carreras pedestres o de pollos, propiamente dichas, tienen su ámbito en la Comunidad Autónoma de Aragón y zonas limítrofes o en contacto con la misma. Su nombre proviene de los premios que se entregaban a los primeros clasificados de la carrera pedestre. Habitualmente, el vencedor recibía tres pollos; el segundo, dos, y el tercero, uno. Al cuarto, en unos lugares, o al último, en otros, le entregaban una cebolla. La hortaliza era un premio humillante, pero también se convirtió en un premio apetecible en los años de posguerra.

Se desarrollan en un ambiente lúdico-festivo que se encuadra en de las fiestas patronales y de cofradías de los diferentes lugares. La corrida de pollos, generalizada por toda la geografía aragonesa, se ha configurado conservando unas formas propias en su desarrollo, con pequeñas variantes que enriquecen las costumbres locales y comarcales.

Aspectos ambientales de las corridas de pollos

Antaño, la proximidad de la fiesta despertaba un nerviosismo entre los corredores que se preparaban para la carrera. Los nombres de los afamados corredores locales y forasteros circulaban de boca en boca. Las gentes recordaban con admiración la carrera del año anterior. Se relataban las hazañas de cada contendiente, incluso se tendían apuestas que confirmaban la agilidad y destreza del favorito.

Unas veces la corrida tenía lugar a la salida de misa. Los seis pollos, por lo general, colgaban de las púas del bieldo situado en la puerta de la Iglesia. El vencedor era el primero que tocaba, en la meta, el bieldo u horca empenachada de pollos. Las autoridades, que presidían la corrida, eran las encargadas de conceder los premios y de velar por el buen desarrollo de la prueba.

En otras ocasiones se disputaba después de comer. El público y corredores se dirigían al lugar de la corrida. Los participantes en la corrida se despojaban de sus ropas y tras efectuarse la salida los corredores partían descalzos o con sandalias, en calzoncillos y con camisa o camiseta; muchos corrían con un pañuelo atado a la cabeza o con boina, y sujeta la cintura con vistoso ceñidor.
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Carrera pedestre. Marín Bagüés

Era frecuente que algunos corredores de los pueblos vecinos acudieran a la corrida abandonando las tareas del campo recorriendo un largo trecho andando y corriendo, y más tarde en bicicleta.

Los circuitos y recorridos variaban según los lugares; se partía desde el mismo lugar de la llegada y se daban las vueltas programadas o los corredores se dirigían a un determinado punto fuera del pueblo, por un camino o por la carretera, desde donde el alguacil o el guarda montado a caballo “soltaba” a los corredores. La meta se situaba en la entrada del pueblo, en la plaza o junto a la puerta de la Iglesia, donde permanecían los pollos colgados.

La llegada de los corredores forasteros alegraba a las gentes del lugar, que con entusiasmo susurraban alguna que otra exclamación: ¡mira, los corredores!; los chiquillos se acercan a ellos preguntando con acento inquisitivo: ¿te vas a echar a la corrida? El saludo cordial de quienes acudían todos los años a la corrida infundía un trato familiar. El pueblo se abría de lleno en atenciones a los corredores.

Al contrario, en algunos lugares, los menos, había rechazo a los corredores que venían de fuera. Entre algunos pueblos vecinos ha habido épocas de mucha rivalidad.

La salida de los corredores la daba un guardia con su pistola, el alguacil lanzando un cohete (“cuando explote el güete”) o cediendo el honor a un miembro de la presidencia que, con voz entrecortada, decía: a la una, a las dos y a las tres. Cuenta Joaquín Carpi y Casas que los corredores partían “raudos, descalzos, en mangas de camisa y calzoncillos de rayadillo atados al tobillo, sin reservarse, dándolo todo desde el primer paso”. A menudo, la Guardia Civil, montada a caballo, escoltaba en su recorrido a los corredores.

Cada carrera es diferente; unas veces la rivalidad comarcal entre pueblos vecinos congregaba a los partidarios de uno y otro corredor, que animaban incondicionalmente hasta el delirio a sus paisanos. En otras ocasiones, las gentes de los pueblos más próximos acuden andando por los caminos a presenciar la corrida, a disfrutar de la tenaz lucha entre los afamados corredores, como si una nueva gesta fuera a producirse, que servirá de tema de conversación hasta el siguiente año; año tras año se amontonan los triunfos de los diferentes corredores, las anécdotas y sus victorias eran relataras con entusiasmo.

Los gritos de aliento se entremezclaban con el sonido de los gaiteros o dulzaineros que acompañaban desde el principio, con diferentes melodías, el desarrollo del acto. Era frecuente que, antes del inicio de la corrida, el dulzainero o el gaitero y el tamborilero recorrieran las calles del pueblo con el portador de pollos; posteriormente animaban con impetuoso ahínco y ritmo vivo el paso de los corredores con melodías típicas de corridas de pollos.

En pueblos de las comarcas de Calatayud, Daroca y Jiloca, el primero que llegaba a la meta, además de conseguir el primer premio, podía alcanzar el segundo e incluso el tercer premio; para ello, al llegar a la meta debía volver sobre sus pasos hasta contactar con el corredor que iba en segunda posición, entonces daba la vuelta por detrás de éste y si llegaba antes que él a la meta ganaba el segundo premio, y así sucesivamente con el tercero.

Era frecuente que tras la corrida diera comienzo el baile que se celebraba en honor del vencedor de la carrera. El vencedor de la corrida debía bailar una jota, la “jota de los pollos”, con una de las mozas del pueblo. Las madres se sentían orgullosas de que su hija fuera la elegida para bailar.

Por el Jiloca

El recorrido de las corridas de pollos solía ser corto, de dos a cuatro kilómetros. Las carreras las disputaban los propios corredores locales y en la mayoría de los pueblos también corrían con los forasteros, dando a la prueba un acento más bullicioso por las rivalidades entre los jóvenes de la comarca.

En muchos de estos pueblos se ha perdido el tono rústico y festivo de estas pruebas, sin embargo, en otros lugares se conservan casi todos los elementos tradicionales que acompañaban a la carrera, y, como podremos comprobar, hay pueblos que poseen aspectos originales y particulares. La fama de los corredores no ha pasado de tener un carácter comarcal y salvo alguna excepción no han venido corredores de fuera de ese ámbito a disputar los premios. Como excepción reseñable podemos citar la presencia en 1981 de Santiago de la Parte en Bañón.

Jota de los pollos en Loscos. Foto: José Miguel Simón

La jota de los pollos
Por la subcomarca de la sierra y campo de Loscos encontramos algunos pueblos en los que el baile de la “jota de los pollos” es una obligación demostrativa y de testimonio del vencedor de la corrida de pollos.

Las carreras de Loscos se celebran en las fiestas de la Virgen y San Roque; el día de la corrida el alguacil anuncia con un pregón la celebración de las carreras que se van a disputar. Desde el Ayuntamiento se sale en desfile hasta el lugar denominado de “La corrida”; allí, por un camino, se disputan los pollos que colgados de una horca presiden las pruebas.

Según una crónica del corresponsal de Diario de Avisos de Zaragoza de 1897, la corrida de pollos se celebró el día del patrón San Roque por la tarde, “en presencia del clero y ayuntamiento, llamando la atención la de burros por las diferentes peripecia a que da lugar”. Después de las corridas de pollos el público presenciaba el “baile de los pollos”. Otra crónica del Diario de Avisos de Zaragoza de las fiestas de 1907 clasificaba las “típicas corridas de hombres” entre “libres unas y otras puestos dentro de sacos”. En 1910, el mismo Diario señalaba que “hubo grandes corridas de pollos, de mujeres y de burros”. También se organizaban para los niños. En esta década destacaban los jóvenes del pueblo José María Villanueva, Mariano García y Benigno Tomás por ganar los pollos y algunas perras que se incluían en el premio.

Antes del inicio de la prueba, las autoridades salen del ayuntamiento, acompañando a la horca de los pollos, y se dirigen hasta el lugar de la corrida. En la carrera de los mozos se sale desde el peirón hasta la caseta de Sabino, ida y vuelta, cubriendo unos cuatro kilómetros de recorrido. Los tres vencedores, después de la entrega de premios, eligen una moza entre las presentes y tienen que bailar la jota de los pollos. Durante varios años José Miguel Simón Domingo demostró su mejor estilo jotero.
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Corrida de pollos en Loscos. Foto: José Miguel Simón

En Loscos también organizan otra prueba con el mismo nombre de “corrida de pollos”, que consiste en soltar un pollo por una ladera conocida como Los Pozos, situada próxima al lugar de La Corrida. Los chicos de hasta 14 años bajan corriendo a la captura del pollo, siempre dificultosa por la irregularidad del terreno. Guillermo Villanueva Roche amplía la información de la “corrida de pollos” de Loscos en un interesante artículo publicado en http://www.loscos.info/oriche/corrida.htm

En Lagueruela se celebraban las carreras en las fiestas en honor de San Joaquín. Los premios eran similares a los que se entregaban en Loscos. Los pollos y los premios en metálico se disputaban frecuentemente con otros corredores de los pueblos vecinos. En 1930 se llevó la primera Joaquín Belanche, de Ferreruela; en 1931, León Nuez, de Anento; en 1932, José Roche, de Cucalón; en 1933, volvió a vencer Joaquín Belanche, corredor afamados por los pueblos próximos, seguido del local Martín Guallart; en 1935 Belanche repitió triunfo en disputa con Joaquín Jaime y con José Montañés. La carrera estaba amenizada por la banda de música, y a continuación los jóvenes se dirigían a la plaza, donde el ganador de la carrera daba comienzo al baile con una jota en atención a su triunfo.

Los mozos de Nogueras competían brincando banastas y corriendo a pie en las fiestas de la Virgen de los Dolores y animados por la banda de música de Hoz de la Vieja. En 1926 destacaron en la carrera de los mozos, Francisco Royo y Domingo Anadón, y en la de niños de hasta doce años, Valentín Soriano y Aurelio Tomás.

En las carreras de Villahermosa del Campo se entregaban pollos de premio y se realizaban para San Gervasio y San Protasio. En 1928 se llevaron los pollos Joaquín Belanche, de Ferreruela, seguido de Agustín Gil y de Cipriano Fontana. En 1932 estuvo muy deslucida debido al mal tiempo. En 1935 venció Vicente García, natural de Báguena; seguido de Manuel García, de Cucalón, y del local José Belanche.

A Bádenas acudía el gaitero de Lanzuela para amenizar los festejos en honor a San Nicolás y San Agustín. En la carrera pedestre de 1934 venció Trinitario Iturbide, después de recorrer siete kilómetros.
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Corrida de pollos de Fonfría, 1951. Archivo Centro de Estudios del Jiloca.
Foto cedida por la familia Martín-Lahoz

En Piedrahita, para las fiestas del Santo Cristo, en 1913 se disputaban como premios de la corrida de peatones, dos pollos para el primero, uno para el segundo y el tercero recibía 50 céntimos. Posteriormente, en la plaza tenía lugar el baile del pollo.

En Ferreruela de Huerva organizaban carreras pedestres el día de la Asunción y el día de San Roque. Había carreras de niños con premios en metálico y de mozos, que recibían los típicos pollos. También se organizaban corridas de entalegados y de burros con albarda al revés; todos los festejos eran amenizados por el afamado gaitero de Lanzuela, acompañado de su hijo con el tamboril. El primer día se celebraba la de forasteros y del pueblo y al día siguiente para los del pueblo. Joaquín Belanche, destacado corredor local, venció durante varios años en ambas pruebas; así lo hizo en 1928, 1930 y 1934, entre otros. Otro festejo típico era la “captura del pollo”, que en los años treinta era sólo para niños menores de siete años. En un campo la gente formaba un círculo y se soltaba un pollo; el juego consistía en que los niños corrían a cogerlo.

Y en Bea, cuando venían los gaiteros que animaban las fiestas, una mujer les echaba a correr, dándoles como premios tres, dos y un pollo, respectivamente, para el primero, segundo y tercero.

El pregón de la corrida en Cutanda

Hay frases que no se olvidan, como las palabras que oímos a un simpático abuelo refiriéndose a la “corrida de pollos” de Cutanda, en las fiestas de Santa Ana, el 26 de julio. Decía: “Aquello era una pena”. Razón no le faltaba al buen señor.

El recorrido, de unos tres kilómetros era verdaderamente rompepiernas. Salían desde la paridera propiedad de Faustina García e iban hasta la Sabina, cerca del molino, donde se colocaba un caballo con una bandera, le daban la vuelta y volvían a subir el puerto hasta el lugar de salida. Allí se colocaba la bandera que señalaba la meta. Los corredores la besaban al llegar. Luego, el vencedor debía morder la cresta del gallo.

Nuestro informante sentía verdadera compasión por aquellos héroes del nuevo Olimpo. Nos contaba que un ganador de la prueba, en los años cincuenta, tuvo una sensación tan desagradable al morder la cresta que se desmayó. Rosa de Álava nos amplió la información; recopiló para nosotros una breve historia de la carrera de su pueblo entre los años cuarenta y cincuenta. Su informante fue Julián Serrano Martín.
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Pregón de la corrida. Dibujo de IñaKi

El pregón de la corrida no dejaba dudas de que “aquello podía ser una pena”.
  • De orden de este ilustrísimo Ayuntamiento, se hace saber:
    Que hay corrida de niños y de hombres.
    El primero que toque la bandera nacional se le dará como premio:
    dos pollos al primero, un pollo al segundo y cinco duros al tercero,
    y al cuarto, si sube aquí arriba se le darán cuatrocientos palos
    alrededor de su cuerpo.
    Que nadie haga mala corrida,
    quién lo haga se le castigará con arreglo al código penal.
Los 400 palos eran motivo suficiente para que sólo llegaran tres corredores a la meta.

La salida se daba tirando tres piedras. Un hombre se adelantaba unos metros de la línea de salida y decía:
- A la una (tiraba una piedra).
- A las dos (tiraba la segunda)
- Y a las tres (tiraba la tercera).

Los corredores partían al ritmo de los sones de una melodía de corridas que tocaba Casimiro Caramba, “El Gaitero”. Iban en calzoncillos cortos, sin camiseta y descalzos.
En aquella palestra se daban cita los corredores del pueblo (Casimiro Bernad, Vicente Sancho, Cayetano Gimeno…) y otros llegados de los pueblos próximos, especialmente de Navarrete del Río, Olalla y Barrachina.

En 1924 venció en la corrida de pollos el joven Lorenzo Bernad, seguido de Pedro Serrano y de Enrique Serrano.

Las abuelas también acudían al evento deportivo y además se convertían en protagonistas. Acudían a la carrera con varias sayas y al llegar los corredores los cubrían para que no se enfriasen. Todavía se recuerda a la tía Manuela, cuando corría su sobrino el tío Polo, con una de aquellas viejas sayas de mucho vuelo. Junto a la bandera se la quitaba y se la echaba por encima.

En una ocasión, hacia 1950, Juan Serrano se paró en plena carrera, antes de llegar al caballo donde se colocaba la bandera para dar la vuelta. Vio que venían el primero y el segundo, pero no el tercero, así que dio la vuelta y echó a correr para arriba, tocó la bandera y lo clasificaron tercero. Como cuarto nunca había, se marcharon todos. Una hora después llegó a la meta el corredor que en realidad iba tercero, Emilio Sancho, y reclamó el tercer premio. Se armó un buen lío, sin que se recuerde en qué quedó todo aquello. Cuentan que preguntaban a Emilio:

- ¿Y cómo es que no viniste a tocar la bandera?

Él contestaba:
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- ¡Coño, porque os habéis ido!

Los niños participaban en la carrera de la perra gorda, por ser éste el premio que obtenía el primer niño que hacía el recorrido desde la paridera hasta el principio del Camino del tiro la bola y regreso.

En Torre los Negros también hacían carreras por apuestas: mientras uno iba desde el pueblo hasta la fuente dedicada al Padre Selleras (a kilómetro y medio), otro debía recoger un determinado número de piedras colocadas en hilera.
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La carrera del pollo. Juan José Gárate

Dar la vuelta

En Bañón antes se hacía la carrera para San Valero, el 29 de enero. Las fiestas las amenizaba Lalo, el gaitero de Torrijo del Campo, que iba a tocar con dulzaina y tamboril, pero como la gente no entendía muy bien lo que tocaba y a las protestas del público el gaitero siempre respondía: -Ni que toque bien, ni que toque mal, la talega de trigo me habéis de dar. Otra prueba, conocida como la “Corrida de San Pedro Mártir”, se realizaba el día de las fiestas grandes de Bañón, el 29 de abril, hasta el peirón de San Juan.

En Rubielos de la Cérida se disputaba la corrida de pollos en la fiesta de la Merced, para el 24 de septiembre. La distancia era de unos dos kilómetros de recorrido, amenizada a ritmo de dulzaina y tambor. Los corredores bajaban andando hasta el lugar de prueba y se les hacía la raya de la salida; desde allí corrían hasta la entrada de pueblo. Antes de la guerra solía ganar Cándido Juste. Pedro Manuel Ramo Gimeno también se llevó la primera durante 20 años, desde que contaba con 18, hacia 1928. Después de la guerra han destacado Moisés Ramo, Raquel Gimeno y Julio Ramo.

Hace unos noventa años los corredores de Rubielos de la Cérida tuvieron un pleito con los de Bueña porque éstos se llevaron los seis pollos. El Ayuntamiento tuvo que reunir y apaciguar a los corredores de ambos pueblos para que se comieran los pollos todos juntos. Desde entonces sólo dejaban correr a los forasteros en una carrera con premios en metálico. Los del pueblo corrían en otra disputándose los pollos.

En Bueña corrían en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre. Cada año organizaban las fiestas tres vecinos por “vuelta de pueblo”. Era costumbre que cada vecino entregara dos pollos para pagar el sermón. El recorrido también era de unos tres kilómetros, desde la era de Clemente Garcés hasta la revuelta del Colladico. Antes de que construyeran la carretera, los corredores, descalzos, en calzoncillos y con un pañuelo en la cabeza, iban por un camino hasta la loma de un cerro, cruzando por una labor.

En la raya de la salida, junto a la música (procedente de Cella, de Villarquemado o de Monreal) que amenizaba el festejo se echaba el bando anunciando los premios:
  • De orden del señor alcalde se hace saber:
    Se celebrará corrida para los del pueblo,
    al primero se le darán tres pollos, al segundo dos,
    al tercero uno y al cuarto una cebolla.
Una veintena de corredores, locales y de fuera, se colocaban en la salida, aunque luego sólo llegaban tres.

El alguacil llevaba los seis pollos colgados del palo de la fiesta de Santa Cruz. Después de la procesión quitaba las cintas negras que lo adornaban y colgaba los pollos.

Había carreras de niños y de mayores. Años después también hubo de mujeres. En el pueblo surgieron destacados corredores, como Gregorio Larrez, Timoteo Gómez, Federico Cebrián, Manuel Gómez o Alfredo Gómez, antes de la guerra civil. Después los que más pollos se llevaron fueron Ceferino Rubio y Francisco Larrez. Pero de fuera también llegaban muy buenos corredores, como Antonio “el Pitero”, Félix “el Tutes”, Joaquín “el Cuco”, Isidro “Brigedo” o Cristóbal, todos ellos de Monreal del Campo, o Esteban Alegre, de Villafranca.

Era costumbre, como en otros lugares, que el vencedor pudiera volver sobre sus pasos, dar la vuelta al que iba segundo y si llegaba antes que él obtenía también el premio del segundo clasificado. De igual manera podía proceder con el tercero. En los años cuarenta Antonio “el Pitero”, de Monreal, llegó el primero a meta y tras tocar el palo de los pollos volvió a dar la vuelta al que iba segundo y después al tercero, consiguiendo los seis pollos. El segundo en llegar fue Ceferino Rubio, de Bueña. Se quedaba sin pollos, pero el vencedor tuvo la condescendencia de llevarse sólo el primer premio.

El palo de la bandera del santo

Las corridas de pollos, muy abundantes a lo largo del Jiloca, no han sido las únicas demostraciones de resistencia física. En Villafranca había un andarín que fue a Zaragoza y se compró un tambor; después lo llevó al coche de caballos que hacía el recorrido de Zaragoza a Teruel, para que se lo trajeran a Villafranca. Le preguntaron que a quién se lo tenían que dejar; el andarín les contestó que lo estarían esperando. Cuando llegó el coche de caballos a Villafranca, con gran sorpresa del cochero vio que quien les había llevado el tambor les estaba esperando. Había recorrido los cien kilómetros largos que dista desde Zaragoza antes que el coche de caballos.
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Carrera de pollos de Calamocha. Archivo Centro de Estudios del Jiloca.
Foto cedida por Mª Jesús Benito Layunta

En Calamocha, el día de San Roque, después de misa, se va en procesión hasta la ermita del Santo (a un kilómetro) sin parar de bailar la danza de San Roque. Al día siguiente se disputaba la corrida de pollos desde “el palo de la bandera del santo”, donde se colgaban los seis pollos con los que se premiaba a los tres primeros clasificados. Se colocaba en la plaza, junto al peirón de San Roque, y se iba hasta el Refugio y vuelta, con un recorrido de unos dos kilómetros. Antes corrían descalzos y en calzoncillos; también venían corredores de Lechago, Cutanda... A principios de siglo había en Calamocha un corredor, Emilio Lecota, que bajaba hasta Daroca corriendo y se llevaba allí la primera. También fueron destacados corredores Félix Ruiz, apodado “Cucalón”, o Martín Laínez “Chaparrica”. Otros, según expresión local, “corrían en una romana”, o lo que es lo mismo, siempre llegaban los últimos.

En Navarrete del Río los mayordomos organizan las fiestas de la Inmaculada Concepción en el mes de septiembre, celebrando las prescritas corridas de pollos, de niños y de mayores. El recorrido, de unos 4 kilómetros, partía de la plaza, donde se colocaba la bandera, hasta el “mojón de Lechago” y vuelta a tocar la bandera. Los pollos, los llevaban entre dos mayordomos en una vara cruzada. A los chavales les daban una perra grande o una perrica. En 1930 venció Pascual León, de Calamocha, seguido de Francisco Lázaro, de Navarrete; al año siguiente Lázaro volvió a ser segundo, precedido por Casimiro Bernad. Entre los años 1946 y 1948 ganó Martín Laínez “Chaparrita”.

En Lechago “soltaban” a los corredores desde el peirón de la salida del pueblo hasta la Virgen del Rosario y vuelta, recorriendo unos 5 kilómetros. La carrera se celebraba el día de San Bartolomé (24 de agosto) por la tarde, con las presencia de las autoridades y numeroso público. En 1926 obtuvo el primer premio Pedro Roche y el segundo Sixto Salvador.

En El Poyo del Cid la amenizaba por el gaitero de Calamocha al igual que en otros pueblos de los alrededores. Se corría el 8 de septiembre, desde la entrada del pueblo hasta la Vía Nueva, cerca de la ermita del Moral. Otras veces se daba la vuelta al pueblo.

En las fiestas de la Virgen de los Navarros de Fuentes Claras se disputaban partidos de pelota, a la barra y corridas pedestres. En 1916 los primeros clasificado de la carrera a pie o de resistencia fueron: José Pérez Bernal, Gregorio Romero y Antonio Sanz, respectivamente. En los años treinta había carreras de hombre y mujeres; en 1934 obtuvo el primer premio de la corrida de hombre José Valero; el segundo, Antonio Bernal, y el tercero, Eusebio Moreno. En la de mujeres venció Rosa Cebrián, seguida de María Martínez y de Elena Cebrián.

En Torralba de los Sisones, Caminreal y en Monreal del Campo, había carreras en las fiestas de San Roque.

La carrera de Torralba de los Sisones de 1925 la organizaban los mayordomos. Asistía el ayuntamiento, el somatén y la benemérita. Aquel año tomaron parte los siguientes corredores: Matías Julve, Emilio Marco, Martín Domingo, Aurelio Martí y Valentín Martín, entre otros.

En Caminreal acudía el pueblo en masa a la corrida, que se disputaba desde la plaza al Gancho y viceversa, con un recorrido de unos dos kilómetros. La amenizaba el gaitero de Torrijo. En 1926 venció Patricio Bruna, seguido de Felipe Lorente. Según la crónica de La Voz de Aragón, “gustó mucho al público que la presenció. Como en otros lugares de la comarca se organizaban carrera local y para los forasteros. En la local de 1928 ocuparon los tres primeros puestos José Muñoz, Ángel Górriz y Arturo Muñoz.

En Monreal del Campo al primero le premiaban con dos pollos y al último una cebolla. Antiguamente el ganador tenía que subir a un palo de 2 o 3 metros a tocar los pollos cuando llegaba a meta. El recorrido era de dos o tres kilómetros, desde la Revuelta los Ojos a casa Quico.

En la crónica de las fiestas de 1911, publicada en La Correspondencia de Aragón, A Lantaca decía que los principales festejos eran las corridas a pie y en burro, y añadía: “En la de hombres se ha llevado el primer premio D. Francisco Moreno, después de hacer un recorrido de más de dos kilómetros. También ha habido de hombres metidos en sacos, llevándose la primera, como aquí dicen D. Alfonso López. La de burros ha divertido bastante a la numerosa concurrencia. Ha ganado el burro propiedad de D. Gaspar Plumed. Después de ésta, por medio de un pregón, en el que se manifestaba iba a haber una corrida para mujeres y serían excluidas las feas se ha celebrado ésta, la que ha ganado en primer término la joven Adoración Muñoz”.
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