jueves, 22 de agosto de 2013

Leyendas de Guara


Abiego. Foto: Celedonio García

Por José Antonio ADELL y Celedonio GARCÍA 
(Profesores y escritores)

El entorno de Guara nos ofrece una serie de pequeños pueblos con poca densidad demográfica, pero donde aún podemos encontrar una gran riqueza cultural y etnológica. Numerosas leyendas de esa zona se han transmitido por tradición oral.

 
Alquézar. Foto: Celedonio García

Las brujas
El viernes por la noche era momento de reunión de brujas en el aquelarre o “sabat”. Si la noche venía con temperatura agradable las brujas iban al “Puntón de Asba”, en la sierra de Guara, y a las “Cuevas de Solencio de Bastarás”. Algunos pueblos, como Alberuela de Laliena, aparecen documentados como lugar de aquelarres. Lecina también tuvo fama brujeril, por eso se le conocía como el “pueblo de las brujas”.
En Olsón, Herminio Lafoz recogió un relato en el que las brujas se untaban el cuerpo y decían:

“Por las montañas de Ricallosa, a Tolosa;
ir y volver en tres cuartos de hora”.

Un hombre que lo estaba escuchando se untó con el ungüento y modificó la fórmula a su conveniencia para regresar a tiempo y proteger a un niño recién nacido, al que se dice que iban a dar mal, y dijo:
“... ir y volver en un cuarto de hora”.
El hombre se adelantó a las brujas y salvó al niño. De regreso colocó la imagen de un santo encima de la ropa de las brujas y éstas no pudieron cambiarse.
Salvador María de Ayerbe y Marín narra que en una de las aldeas de la Sierra de Sevil, una noche, estaban sentados alrededor del hogar el amo y los criados, cuando oyeron un ruido atronador que hizo caer trozos de hollín. Asustados, cerraron todas las puertas y ventanas. Recorrieron todas las dependencias, con candiles, para ver que podía haber ocurrido. Finalmente, vieron que el buey había abandonado el establo y estaba paciendo tranquilamente en la huerta. En esta ocasión no fueron ni las brujas de Guara, ni las almas del purgatorio quienes provocaron los espantosos ruidos.
Sierra de Guara. Foto: Celedonio García

Reinas moras        

Otro tema misterioso es el de las princesas moras encantadas. En una cueva de Rasal vivía una reina mora en compañía de su amante, que luego desapareció, y se hacía peinar los cabellos por una anciana del lugar. Según la leyenda, pagó los servicios de la anciana con un gran rebaño de vacas, pero le impuso la condición de que no debía volver la vista atrás en el camino de regreso a su casa. La anciana sintió curiosidad y, olvidándose de la advertencia, al tratar de contar las vacas observó con gran pena como la manada se dispersaba.

Cuentan que en las cuevas de Chaves y Solencio, cada noche de San Juan sale una mora que busca un mozo de los pueblos próximos con el que casarse. Una vez elegido, lo rapta y en la cueva se celebra la boda. El amor dura sólo un año, pues en la siguiente noche de San Juan el mozo desaparece para siempre y es reemplazado por otro.

Manuel Benito narra que en la “Cueva de la Reina”, en Santolaria la Mayor, una mora se escapó de su prisión saltando de la torre en la que estaba encerrada. Llegó hasta Ayera con el salto y las huellas de sus pies quedaron impresas en la denominada “Piedra mora” de Ayera.

La toponimia debida a hadas, encantarias y princesas moras también es abundante. El dolmen de “Losa Mora” tiene su leyenda. Al parecer un guerrero musulmán y una cristiana se enamoraron. La intransigencia de sus familias obligó al musulmán a raptar a su enamorada. Fueron perseguidos mientras huían a caballo, llevando en la grupa a su amada, y una nube de flechas silbaba en su entorno. Cuando creyó estar fuera de peligro, paró el caballo y con gran dolor comprobó que su amada había sido herida de muerte. Con una profunda tristeza la enterró, colocando una enorme piedra como homenaje.

Salto de Roldán. Foto: Celedonio García

El salto de Roldán
El “Salto de Roldán” es otro de los lugares con leyenda. Casi nadie cree que se pueda referir al Roldán, fiel caballero de Carlomagno. Más bien se habla de un famoso descendiente de aquel, llamado también Roldán, enemigo encarnizado de Ramiro II. Uno de los caballeros fieles de Ramiro, Lizana, le persiguió con saña. Viéndose acosado por aquellos, subió por la peña de Amán. Luego se sintió perdido y a merced del enemigo, puesto que delante de él estaba el profundo tajo bajo cuya garganta el río Flumen deja discurrir sus cristalinas aguas. Cuando se dirigían con sus caballos hacía él, Roldán picó las espuelas de su caballo y el animal realizó un impresionante salto, salvando la foz y cayendo en la peña de San Miguel, donde las patas del caballo quedaron grabadas.

El hombre muerto de Guara
La silueta de la sierra de Guara puede contemplarse desde la mitad meridional de la provincia de Huesca y desde algunos puntos de la provincia de Zaragozana. Su aspecto ha dado origen a una hermosa leyenda en la que las montañas cobran vida y se relacionan con los mismos sentimientos y pasiones que los seres humanos.
El viejo Gabardón era el padre de dos jóvenes y bellas doncellas: Gabarda y Gabardiella. Gabarda se fue a vivir a los Monegros y Gabardiella se enamoró locamente de Gratal, un monte seco y arisco. El padre no aprobaba estos amores:
–Hija mía, ¡olvida a Gratal, es un pico pobre, sin vegetación! ¡Cásate con Guara, que es fuerte, rico y frondoso!
Pero Gabardiella quería a Gratal.
Gabardón pidió ayuda a su amigo Guara, el más fuerte de todos los montes. Un día Guara los encontró juntos, formando una única montaña, y de un gran golpe los separó, dejando a Gratal tal como lo podemos ver, solitario.
Las lágrimas de Gabardiella dieron origen a las aguas del río Flumen, que corren por la foz del “Salto de Roldán”, entre la peña de San Miguel y la peña Amán.
Gratal se enfureció y una noche, aprovechando que Guara estaba dormido, le asentó una puñalada. Así quedó para siempre esa figura que conocemos como el “hombre muerto de Guara”. En la cabeza, Fraginete es la nariz. El pico Guara ocupa el pecho, y las rodillas corresponden  al denominado Cabezón de Guara.
El arriero de Las Almunias
La historia del arriero de las Almunias es harto curiosa. Este personaje iba de pueblo en pueblo transportando mercancías. Una noche de verano que se quedó a dormir en el carro, oyó a las brujas y vio que se untaban con ungüentos y salían volando tras realizar el siguiente conjuro:
“Por encima de rama y hoja,
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
El arriero recogió el ungüento, que se habían olvidado las brujas, y realizó el conjuro montándose en una escoba, pero erró en el comienzo:
“Entre rama y hoja
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
Realizó el vuelo, pero muy accidentado, pues pasó entre las ramas y hojas de los almendros, los olivos, los chopos..., y llegó al aquelarre completamente llenó de magulladuras.
Allí, observó que el diablo, en forma de macho cabrío, presidía la reunión. Todos los brujos y brujas le obedecían. A nuestro arriero le entró un miedo atroz y se limitó a seguir al resto de convocados. Antes del amanecer, brujos y brujas, se despedían realizando el ósculo anal; se colocaban en fila y daban un beso al trasero del diablo, como signo de sumisión. Esto a nuestro protagonista le daba mucho asco, así que cuando le tocó el turno sacó un punzón que guardaba en el bolsillo y se lo clavó.
El ritual se repetía una segunda vez, y cuando le tocó el turno al arriero, el diablo se volvió malhumorado y le dijo:
–¡Tú pasa, pero no beses!
Y más leyendas
Algunos animales ayudaron a los humanos, como la “santa craba” de Abiego. Varios lobos atacaron el rebaño de cabras que cuidaba una niña. Ésta se encomendó a la Virgen y una cabra, la de mayor tamaño, la protegió. La niña, asustada, se subió al lomo del animal, que cogió carrerilla y dio un salto sobre un barranco poniéndola definitivamente a salvo. Este barranco aún se denomina el de la “Santa Craba”.

En Alquézar dicen que un monje recorre la colegiata y hace sonar una campana. Su sonido puede anunciar algún suceso malo o la muerte de algún pecador. El fantasma de Alquézar, según las gentes del lugar, corresponde a un anacoreta que habitaba en el santuario de la Virgen de Lecina. Fue un hombre muy prudente y sobrio en sus costumbres, pero en su larga vida tuvo un pequeño desliz. Se le apareció una mora de gran belleza y ante sus encantos sucumbió. Después, el monje se arrepintió de su pecado y se sometió a una penitencia durísima hasta su muerte. Sin embargo, dice la leyenda que su alma en pena continúa vagando por la colegiata hasta que se redima.
 
Artículo publicado en el suplemento extraordinario "San Lorenzo 2013" del Diario del AltoAragón, 10 de agosto de 2013
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