martes, 11 de abril de 2017

Santiago Ramón y Cajal y el ejercicio físico: Infancia

Ayerbe, lugar donde pasó su infancia Santiago Ramón y Cajal

DEPORTES Y JUEGOS TRADICIONALES

Por José Antonio ADELL CASTÁN y Celedonio GARCÍA RODRÍGUEZ

Durante toda su vida don Santiago Ramón y Cajal, nacido el 1 de mayo de 1852, tuvo gran afición a la gimnasia y al deporte. Su padre ya fue un consumado andarín, aunque su práctica fuera muchas veces efecto de la necesidad. Don Justo Ramón Casasús, padre de Santiago, a los veintidós años realizó a pie, por ahorrarse unas pesetas, el recorrido desde Javierrelatre hasta Barcelona (1).

También tuvo que recorrer a diario los montes del término de Peraltilla siendo médico de esta población; era de los que llamaban de espuela. Las caminatas y la abundante y variada caza que encontraba a su paso, despertó en el padre de Santiago las aficiones cinegéticas.

A su abuelo paterno tampoco le faltaron cualidades, como podemos apreciar en la descripción que de él hizo Ramón y Cajal: "un montañés rubio, casi gigante (...), admirable por su agilidad y su fuerza".

La fuente que nos aporta mayor información sobre la actividad física de Santiago Ramón y Cajal es una autobiografía de su infancia y juventud (2); en esta obra nos cuenta que su verdadero maestro, en los primeros años de educación e instrucción, fue su padre; en él veía Santiago a un "fabricante de cerebros originales", resultado de lo que entendía como el gran triunfo del pedagogo.

Su padre ejercitaba la placentera función del docente; esa natural vocación a la enseñanza la explicaba con las siguientes palabras: "Hay, realmente, en la función docente algo de la satisfacción altiva del domador de potros; pero entra también la grata curiosidad del jardinero, que espera ansioso la primavera para reconocer el matiz de la flor sembrada y comprobar la bondad de los métodos de cultivo".

Juegos de la niñez en Ayerbe

Los conocimientos precoces que adquirió con su padre le servirían para sobresalir en las diversiones de su infancia, transcurrida en Ayerbe, "tomando parte en los juegos colectivos, en las carreras y luchas de cuadrilla a cuadrilla y en toda clase de maleantes entretenimientos con los que los chicos de pueblo suelen solemnizar las horas de asueto".

Independientemente del resultado que pudiera alcanzar en esos juegos de la niñez, que más adelante citaremos, Ramón y Cajal destacaba positivamente la virtud educadora de la combinación proporcional de ejercicio físico y mental: "En esos certámenes de la agilidad y de la fuerza, en esos torneos donde se hace gala del valor, de la osadía y de la astucia, se valoran y contrastan las aptitudes, se templa y robustece el cuerpo y se prepara el espíritu para la ruda concurrencia vital de la edad viril".

Cajal parecía estar de acuerdo con aquellos educadores que aseguraban que todo el porvenir de un hombre está en su infancia, y con Rod, Fröebel, Gros, France, Giner, Letamendi, Castillejo, y otros muchos, que concedían al juego de los niños gran importancia para el desarrollo físico y para el adiestramiento y la formación del carácter.

Ramón y Cajal siempre creyó que los juegos de los niños eran una preparación absolutamente necesaria para la vida. Merced a ellos, el cerebro infantil apresura su evolución. Cajal recoge la definición expresada por Thomas de lo que significa jugar: "es aplicar los propios órganos, sentirse vivir y procurarse la ocasión de conocer los objetos que rodean al niño, objetos que son para él un perpetuo milagro".

Llegó con ocho años a la villa Ayerbe, donde su padre había obtenido la plaza de médico. Allí compartió con los niños de la villa sus juegos del peón, del tejo, de laespandiella, del marro, a las carreras, luchas y saltos en competencia, y no faltaron las zalagardas. Los inocentes juegos del marro y el tejo alternaban con las pedreas, el merodeo y la rapiña, "sin consideración a nada y a nadie". Las ocupaciones favoritas de los "zagalones del pueblo" consistían en descalabrarse mutuamente a pedrada limpia, romper faroles y cristales, asaltar huertas, hurtar uvas, higos y melocotones.

Causas del inquieto comportamiento de Cajal

Sin duda estas acciones eran una huída de lo que Cajal consideraba la mayor de las torturas: el reposo. Ya de mayor se dio cuenta de la verdad que recogían las palabras de Bouillier, emulando a Aristóteles: "Hay placer cuantas veces la actividad del alma se ejerce de acuerdo con su naturaleza y según el sentido de la conservación y desenvolvimiento del ser". Pasados unos años tendría la oportunidad de comprobar como con las peleas entre muchachos "se afina la atención vigilante y se fortalece la aptitud para rechazar agresiones inopinadas e injustas".

La respuesta a tan inquieto comportamiento infantil la encontró leyendo libros que trataban del gran problema de la educación y de la psicología de los juegos; la clave estaba en "el ansia de emoción y en la atracción irresistible del riesgo". Herbert Spencer comparaba al niño con el salvaje: "A semejanza del indio bravo, el niño es todo voluntad. Ejecuta antes que piensa...".

Ramón y Cajal aún añadía otros dos instintos que consideraba propios del perfecto anarquista que hay en el fondo de cada cabeza juvenil: la crueldad y la inclinación al dominio. La opinión que le merece el comportamiento de los niños es un reflejo de su propio carácter infantil; el abuso de la fuerza con el débil, así como la agresión injusta y cruel que sufre en sí mismo, influirían en él con más fuerza y espíritu de imitación que los sabios consejos de su padre.

Sin embargo, los conocimientos adquiridos de las enseñanzas de su padre en geografía, gramática, cosmografía, física, así como el hábito de reflexión, le sirvieron para sobresalir rápidamente entre los "ignorantes pilluelos" que le rodeaban, y que en un principio le habían rechazado, en la maquinación de ardides, picardías y diabluras como en el dominio de los juegos y luchas más o menos brutales.

En este sentido, Cajal recordaba una frase de Quevedo, que le parecía una chuscada, pero que encerraba un fondo de verdad; decía a Pablos su tío el verdugo de Segovia: "Mira, hijo, con lo que sabes de latín y retórica, serás singular en el arte de verdugo".

La persistencia en la ejercitación gimnástica, "manía" que arrastraría hasta bien entrada su juventud, le proporcionaría músculos vigorosos, agilidad y perspicacia en la vista; Cajal manifestaba: "Brincaba como un saltamontes; trepaba como un mono; corría como un gamo; escalaba una tapia con la viveza de una lagartija, sin sentir jamás el vértigo de las alturas, aun en los aleros de los tejados y en la copa de los nogales, y, en fin, manejaba el palo, la flecha, y sobre todo la honda, con singular tino y maestría".

Cajal para todo

Por sus aptitudes y disponibilidad para participar en todo tipo de travesuras y algaradas, su concurso era solicitado por muchos y como él decía, no para cosa buena: "¿Había que armar una cencerrada contra viejo o viuda casados en segundas o terceras nupcias? Pues allí estaba yo dispuesto de tambores y cencerros y fabricando flautas y chifletes, que hacía de caña, con sus correspondientes agujeros, lengüetas y hasta llaves (...) ¿Disponíase una pedrea en las eras cercanas o camino de la fuente? Pues yo cargaba con el delicado cometido de fabricar las hondas, que hacía de cáñamo y de trozos de cordobán traídos por los camaradas (...) ¿Jugábase a guerreros antiguos? Pues a mi industria se acudía para yelmos y corazas, que fabricaba de cartón o de latas viejas, y sobre todo para labrar las flechas, en cuya elaboración adquirí gran pericia (...) Cazábamos con ellas pájaros y gallinas, sin desdeñar los perros, gatos y conejos, si a tiro se presentaban".

Ramón y Cajal creía que todas estas chiquilladas tenían, y así sucedería con su persona, decisiva importancia "no sólo para la formación del carácter, sino hasta para la conducta ulterior durante la edad viril".

Estas reflexiones "cajalianas" estarían motivadas por el irritante matonismo que se encontraría a su llegada al Instituto de Huesca. Ante estas agresiones, según Cajal, sólo se podían adoptar una de estas tres actitudes: "el halago y la lisonja hacia los atropelladores, la invocación a la autoridad de los superiores o, en fin, el ejercicio supraintensivo de los músculos combinado con la astucia".

Esta última sería la actitud adoptada por nuestro personaje, ya que las otras dos las consideraba deshonrosas. "Para tener a raya a los fuertes -pensaba- es preciso sobrepujarlos o por lo menos igualarlos en fortaleza".

CITAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) ANTÓN DEL OLMET, Luis y DE TORRES BERNAL, José: Los grandes españoles. Cajal. Editorial Magna Iberia, Madrid, 1918, p. 25, y GRACIA VICIÉN, Luis: Juegos aragoneses. Historia y tradiciones. Mira Editores-DGA, Zaragoza, 1991, p. 197.

(2) RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Mi infancia y juventud. Espasa Calpe, Madrid, 1961 (séptima edición). Obra fundamental para conocer sus andanzas relacionadas con el ejercicio físico y el deporte.

Publicado en “Cuadernos Altoaragoneses” del Diario del Altoaragón, Domingo, 9 de junio de 1996
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