martes, 11 de abril de 2017

Santiago Ramón y Cajal y el ejercicio físico: Juventud

Cajal en pose atlética

DEPORTES Y JUEGOS TRADICIONALES

Por José Antonio ADELL CASTÁN y Celedonio GARCÍA RODRÍGUEZ


A principios del año 1864, sin haber cumplido todavía los doce años, Santiago Ramón y Cajal fue matriculado en el Instituto de Huesca. Nada más llegar, el sentimentalismo soñador, el carácter altivo y la intolerancia contra las humillaciones del "carne de cabra" (o "carnicraba", apodo burlesco que se da a los ayerbenses con el que le mortificaron nada más llegar al Instituto), le llevó a enfrentarse con los "gallitos" de los últimos cursos.

Uno de los que más maltrataron a Santiago fue un tal Azcón, natural de Alcalá de Gállego. Era un vigoroso joven de dieciocho o diecinueve años que había endurecido sus músculos con el arado y la azada. Los matones eran muchos y Santiago había entrado con mal pie al Instituto, así que la única manera de que fueran aliados suyos era triunfar con Azcón. La tarea no era nada fácil.

Efectos tónicos de la gimnasia

Ramón y Cajal conocía bien los efectos tónicos de la gimnasia y del trabajo forzado. En la autobiografía que nos sirve de guía para este artículo (1), nos dice que "había observado cuánta ventaja llevan siempre en las riñas, pedreas, saltos y carreras los muchachos recios y trigueños recién llegados de la aldea y acostumbrados al peso de la azada, a los señoritos altos y pálidos, de tórax angosto, zancas largas y delgadas, criados en las abrigadas calles de la ciudad y al suave calor del halda maternal".

"La gimnasia y el amor propio exasperado hicieron milagros", según pudo comprobar Cajal, después de seguir el método de entrenamiento que nos describe: "Resolví entregarme sistemáticamente a los ejercicios físicos, a cuyo fin me pasaba solitario horas y horas, en los sotos y arboledas del Isuela, ocupado en trepar a los árboles, saltar acequias, levantar a pulso pesados guijarros, ejecutando, en fin, cuantos actos creía conducentes a acelerar mi desarrollo muscular, elevándolo al vigor máximo compatible con mis pocos años".

El resultado de su "entrenamiento" (término moderno en la época por la coletilla que lo acompaña, "como ahora se dice") fue magnífico: "Desde el tercer curso, mis puños y mi habilidad en el manejo de la honda y del palo infundieron respeto a los matones de los últimos años, y hasta el atlético Azcón tuvo que capitular, acabando por hacerse amigo mío". Cajal le había advertido que en cuanto se insolentase con él le incrustaría en la cabeza una "peladilla" de arroyo.

Incidentes y desventuras

El riesgo fue una contingencia constante en muchas de sus aventuras; de las reflexiones sobre lo acontecido solía sacar abundantes enseñanzas útiles. Entre los episodios que le dejaron huella en Cajal, recuerda lo mal que lo pasó un día de enero, que se divertía patinando en una balsa helada, al caer por un agujero hundiéndose en el agua; sus camaradas creyéndole ahogado le abandonaron.

En otra ocasión se libró por piernas, después de una agotadora carrera perseguido por dos gañanes, por intentar coger una hermosa rosa que en Huesca llamaban deAlejandría. Sus compañeros de faena no fueron tan afortunados y la formidable y desproporcionada paliza que recibieron les hizo faltar varios días a clase.

También tuvo que correr por el deseo de tener, entre la colección de sus dibujos, un ejemplar de rosas de té que se cultivaban en los jardines de las estación; fue sorprendido por el guardafrenos, quien, con escopeta en mano, hizo correr a Cajal a campo traviesa y, cuando se creía salvado, al saltar una ancha acequia bordeada por bancos de cieno, cayó en el légamo hundiéndose hasta medio cuerpo. Tuvo la suerte de que unas mujeres acudieran en su ayuda y le lavaron la ropa. Antes de ser rescatado, narraba Cajal, "llegó el furioso guarda, quien al verme en aquel talante y no sabiendo por dónde asirme sin detrimento de su limpio uniforme, acabó por soltar el trapo y taparse las narices. En realidad, mi coraza de pestilente légamo hacíame invulnerable".

Cajal también fue un consumado jinete, según reconocía al relatar el pavor que sentía por el tren cuando subió por primera vez, hacia 1865 o 1866.

Pedreas

Terminados los estudios de Bachillerato, Santiago llega a Zaragoza donde su padre le matricula con la intención de convertirlo en un galeno. En Zaragoza sufrió su primer desengaño de la amistad con sus viejos amigos de Huesca, que, con dos años de adelanto en los estudios, le recibieron con indiferencia. El consuelo lo buscó en la naturaleza, "bañando el alma en plena naturaleza", "conforme suelo consolarme siempre", decía. De la misma manera que en Huesca acudía a las orillas del Isuela, en Zaragoza calmó sus emociones recorriendo las frondosas alamedas de las orillas del Ebro. Allí acudía también llevado por sus inclinaciones artísticas y por su naciente afición naturalista.

En su etapa universitaria todavía conservaría el típico rasgo que le había acompañado en la niñez y adolescencia, el de su incontenible tendencia a la travesura infantil (pedreas, burla de profesores, etc.). Realmente, cuenta que en esta época aprovechó bastante en sus estudios gracias a tan buenos maestros que tuvo.

Sólo regresó una vez a sus viejas "calaveradas" a petición de un camarada de Huesca llamado Herrera, mozo algo camorrista "(tuerto de resultas de una travesura), gran admirador de mi honda, rogóme encarecidamente que (...) le prestase mi concurso en cierto encuentro que debía efectuarse en las eras del barrio de la Magdalena, entre estudiantes y femateros, o entre pijaitos y matracos".

Santiago le escuchó y cayó en la tentación, aunque ya no volvería a reincidir. Contaba entonces con dieciséis años y como era de esperar, su honda fue decisiva: "descalabré a unos cuantos enemigos y contribuí al triunfo de losseñoritos, a pesar del refuerzo que a última hora recibieron los femateros de sus congéneres de la parroquia de San Pablo" (2).

La manía gimnástica

Una de las aficiones, o «manías», como él la llama, que marcan su fuerte voluntad de auto-afirmación sería la gimnástica, con su apasionado cultivo del vigor muscular. Su amor propio se vio afectado al ser derrotado en un pulso.

Cajal nos narra lo acontecido: "Criado en los pueblos y endurecido al sol y al aire libre, era yo a los dieciocho años un muchacho sólido, ágil y harto más fuerte que los señoritos de la ciudad. Jactábame de ser el más forzudo de la clase, en lo cual me engañaba completamente. Harto, sin duda, de mis bravatas, cierto condiscípulo de porte distinguido, poco hablador, de mediana estatura y rostro enjuto, invitóme a luchar al pulso, ejercicio muy a la moda entre los jóvenes de entonces. Y con gran sorpresa y dolor sufrí la humillación de la derrota. Quise averiguar cómo había adquirido mi rival aquella musculatura, y me confesó sinceramente que el secreto consistía en que desde hacía años cultivaba fervientemente la gimnástica y la esgrima. «Si en hacer gimnasia consiste el tener fuerza -contesté con arrogancia-, continúa preparándote, porque antes de seis meses habrás sido vencido.»".

Al día siguiente comenzó a trabajar dos horas diarias en un gimnasio, imponiéndose, además del programa oficial, un programa progresivo añadiendo cada día peso a las bolas, aumentando el número de contracciones en las barras o en las paralelas. También cultivó los saltos de profundidad y toda clase de volatinerías en las anillas y en el trapecio.

Con su enorme fuerza de voluntad, no sólo cumplió la promesa de vencer a su amigo, sino que antes de finalizar el año se convirtió en el campeón más fuerte del gimnasio. El aspecto de sus músculos había respondido al estímulo del sobretrabajo. Nos podemos hacer idea de su aspecto por la descripción del propio Cajal: "Al andar mostraba esa inteligencia y contoneo rítmico y característicos del Hércules de feria". 

CITAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Mi infancia y juventud. Espasa Calpe, Madrid, 1961 (séptima edición).

(2) Opus citat, p. 169. Esta aventura también la recordaba Cajal en un artículo de Dámaso Castejón, titulado "Los nombres de Aragón. Santiago Ramón y Cajal", publicado en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 1919.

Publicado en “Cuadernos Altoaragoneses” del Diario del Altoaragón. Domingo, 16 de junio de 1996

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