miércoles, 4 de julio de 2018

El desierto demográfico aragonés


Azaila

Por José Antonio Adell

Cada vez nos convencemos más de que existe un Aragón urbano que crece en población, donde se desarrollan empresas y comercios que proporcionan puestos de trabajo, y un Aragón rural que parece vivir sus últimos estertores como si estuviera condenado a desaparecer y que puede terminar por convertir esta tierra en un enorme parque natural donde sus genuinos pobladores habrán desaparecido.

Peralta de la Sal

Algunas experiencias y recuerdos

Cuando tenía cinco años mi madre me llevó a Isclés, aldea ribagorzana donde ella había nacido. Era el verano del año 1960, quedaban ya pocos vecinos. Paseaba por los prados, contemplaba el curso del agua en el barranco, cogíamos ciruelas y peras de los pocos frutales que existían y al atardecer, tras la cena, correteábamos por la plaza y la única calle. A los pocos años las últimas familias marcharon definitivamente del pueblo y se abandonó para siempre. Al igual que Isclés otras doscientas localidades se despoblaron en esos años en las comarcas pirenaicas y prepirenaicas.

En aquellos años vivíamos con mis padres y mi hermano en una torre cercana a la Estación de Tamarite, a doce kilómetros de la capital municipal. A la escuela de La Melusa acudíamos andando desde diversas torres. En los años setenta empezó también aquí un éxodo hacia diferentes lugares. Hoy son muy pocas las familias que viven en la zona y la escuela se cerró.

En los años noventa tuve que acudir a todos los colegios de la provincia de Huesca para atender a un programa de extensión de la Educación Física. Recuerdo que visité muchas escuelas que hoy ya están cerradas: Sopeira, Torres del Obispo, Peralta de la Sal, Las Pueblas, Cofita, Peraltilla, Azlor, Casbas, Quicena, Loporzano, Liesa, Alerre, Cuarte, Biscarrués, Loarre, etc. En el curso 82-83 estuve como maestro en una de esas escuelas, Las Guardiolas, en el término municipal de Albelda. Solo tenía cuatro alumnos y un aciago día del frío invierno solo vino uno. Una estufa de leña, que encendía por las mañanas, nos calentaba en los días gélidos. Recordé la escuela de mi infancia, pero habían transcurrido casi veinte años. Unos días antes de terminar el curso llegó la inspectora y nos anunció que la escuela iba a ser cerrada por los pocos alumnos que quedarían al curso siguiente. Algo me barruntaba que como en otras muchas de esta tierra aragonesa se cerraba para siempre como así fue. Un sentimiento de tristeza me embargó. He vuelto en alguna ocasión a aquel lugar donde solo queda un edificio totalmente abandonado.

En uno de los viajes al Maestrazgo, a finales del pasado siglo, nos recordaban que más de trescientas personas aún vivían en los mases de la comarca y en verano la cifra aumentaba. Otros permanecían durante el día y cerraban las ovejas en los corrales de las masadas, pero marchaban a dormir al pueblo.

La masía constituía una unidad con vida propia. En la casa vivían tres o cuatro generaciones y se autoabastecían. Había horno para cocer pan. Sólo en caso de extrema gravedad se iba a buscar al médico, para lo demás existían remedios caseros. Se aprovechaba la naturaleza. En los pinares se explotaban las carboneras y también las tejerías para la construcción, cociéndose en los hornos tejas y ladrillos.

A partir de los años cuarenta del pasado siglo algunos masoveros fueron perseguidos en la época del maquis para que no apoyaran a las guerrillas antifranquistas. Otros las abandonaron ante el continuo trasiego de maquis y represión posterior de la Guardia Civil. En los años sesenta se incrementa este éxodo coincidiendo con el que ocurre en la España rural.

Antes de la guerra vivía tanta gente en las masadas como en la población. Algunas se han electrificado y hasta se han mejorado las comunicaciones asfaltando y arreglando sus caminos. Otras están convirtiéndose en viviendas de turismo rural.

Cantavieja

Algunos datos

Tras los ejemplos anteriores y los datos que aparecen en los medios, parte la reflexión sobre la sangría profunda por la marcha de sus gentes que ha sufrido esta tierra.

Aragón tiene 1.308.750 habitantes, una extensión de 47.719 kms. cuadrados. De los 731 municipios, 199 están por debajo de los 100 habitantes. Si contamos los diez municipios más poblados, donde se incluyen las tres capitales provinciales, nos encontramos con que dos terceras partes de la población residen en ellos y en los 721 municipios restantes nos quedan 435.709 habitantes.

Con una densidad de 28 habitantes por kilómetro cuadrado estamos entre las cuatro comunidades españolas con menor densidad de población, junto a las dos Castillas y Extremadura. Más de 40 municipios de Aragón no tienen ningún habitante de menos de 20 años y la media de edad supera los 65 años. Y para seguir con más datos preocupantes: 572 municipios han disminuido su población.

La provincia de Teruel tiene 135.562 habitantes. La capital 35.484 habitantes, Alcañiz 16.043 habitantes y Andorra 7.875 habitantes. Los 233 municipios restantes suman. 76.160 habitantes. Todo esto en 14.809 kms. La densidad de la provincia está por debajo de los 10 habitantes por kilómetro cuadrado. El último año ha pedido 1415 habitantes.

La provincia de Huesca, la sexta de España en extensión, mantiene 219.702 habitantes en 202 municipios aunque con cerca de 700 entidades de población. Ha perdido en el último año 1.377 habitantes. La capital suma 52.223 habitantes. En el conjunto provincial solo dos comarcas crecen (Cinca Medio y Bajo Cinca)

La provincia de Zaragoza cuenta con 953.486, de ellos 664.938 habitantes en la capital, es decir el 70%. Por extensión es la cuarta de España. Algunas comarcas como Campo de Belchite o Aranda han sufrido un descenso demográfico importante, al igual que las Altas Cinco Villas. Un ejemplo en la comarca del Aranda, en 1950 Purujosa tenía cuatrocientos habitantes y hoy no llegan a cincuenta censados, y de éstos una buena parte viven en Zaragoza. Aranda de Moncayo no supera los doscientos y en año 1950 había mil cien censados.

¿Y dónde están los aragoneses que se fueron? De los que marcharon de nuestra comunidad, es decir no emigraron a ciudades aragonesas, es complejo saber el número exacto. Hablan de unos 300.000. Muchos se han aglutinado reivindicando sus raíces aragonesas en las Casas o Centros de Aragón en el exterior. En España hay 51 y 25 de ellos se encuentran en Cataluña. Además, en Andorra la Vella, Toulouse y Bruselas. Y en tierras americanas, otros ocho, seis de ellos en Argentina. 

Valderrobres

Pocas expectativas

Hemos leído en los medios de comunicación que el gobierno de Aragón ha previsto 380 medidas para igualar las condiciones de vida de los habitantes del mundo rural y de la ciudad. Existen múltiples reuniones y congresos sobre el tema, pero da la sensación que todo llega demasiado tarde. Si buscamos el origen y las causas de semejante desequilibrio demográfico tendremos que irnos primero a la posguerra y luego a los años sesenta del pasado siglo, con ese éxodo sin retorno a las ciudades y ese goteo interminable que se produjo después hasta la actualidad.

En determinados momentos se quisieron centralizar los servicios en algunas ciudades: en la dictadura franquista fue en las capitales de provincia; con la democracia en las capitales autonómicas. Unas ciudades crecían y el resto se desertizaba.

A los niños de los pueblos se los llevaban durante la semana a la escuela hogar, que fue el inicio del desarraigo. Se crearon los centros de salud y las OCAs y las delegaciones del gobierno autonómico, pero en muchos pueblos recordaban que antes tenían al médico y al maestro y al veterinario las veinticuatro horas del día, pues residía allí. Hoy hay pocos funcionarios que quieran vivir en el pueblo. Los crudos inviernos, la orografía, una economía basada exclusivamente en el sector agropecuario, el envejecimiento de la población, el cierre de escuelas, etc. ha llevado a una situación límite.

Unas comarcas tienen más futuro que otras, pero la comarcalización tampoco ha resuelto estos problemas. Como mucho se incrementa la población de la cabecera o cabeceras comarcales y en algunos casos ni aún esto. Y siguen existiendo demasiadas administraciones para el ciudadano: lo que llega de Europa, lo que llega del Estado, lo que llega de la Comunidad Autónoma, la Diputación, la comarca y el municipio. Y se mantienen municipios con exigua población, dándose el hecho que en el verano y Semana Santa es cuando hay gente en el pueblo, pues muchos están censados en la localidad (y hay que agradecerles ese esfuerzo), pero viven en la ciudad.

Son muchos los que luchan por dar vida a estas localidades. Se crean asociaciones para fomentar fiestas, encuentros, actividades culturales, publicaciones, blogs. Algunas se reúnen en Zaragoza que es donde vive la mayoría. Se fomenta el turismo rural que por lo menos da vida a ciertas zonas algunos meses al año.

Pero en los pueblos se quejan de que no llega internet, de que si nieva se quedan aislados, de que no hay ningún comercio, etc. Algunos, a pesar de todo, han preferido vivir en alguno de estos lugares porque consideran que es calidad de vida, pero todos reconocen que cuando se hagan mayores tendrán que irse a la ciudad a o alguna residencia. Tampoco hay niños que correteen por el pueblo si no es en vacaciones cuando sus padres vuelven al lugar que les vio nacer.

Cutanda

El panorama es complejo y tiene pocos visos de solución. La mayor parte de la gente se ha vuelto “urbanita” y cuesta que alguien que ya vive en la ciudad dé el paso de regresar al pueblo y los que quedan en el mundo rural se preguntan por cuánto tiempo. Tampoco la legislación, las ayudas institucionales o ciertas exenciones contributivas han llegado al mundo rural para compensar el esfuerzo que realizan los que siguen allí. Da la sensación que se ponen parches, pero no se aborda el problema de fondo. Y con esta perspectiva, la desertización demográfica seguirá avanzando en una comunidad como la nuestra, con tantos recursos, poco aprovechados.

Colegio Rural Agrupado Monlora, de Erla

* Publicado en la revista Ágora, Ejea, 2018
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