El “Salto de Roldán” es otro de los lugares con leyenda. Casi nadie cree que se pueda referir al Roldán, fiel caballero de Carlomagno. Más bien se habla de un famoso descendiente de aquel, llamado también Roldán, enemigo encarnizado de Ramiro II. Uno de los caballeros fieles de Ramiro, Lizana, le persiguió con saña. Viéndose acosado por aquellos, subió por la peña de Amán. Luego se sintió perdido y a merced del enemigo, puesto que delante de él estaba el profundo tajo bajo cuya garganta el río Flumen deja discurrir sus cristalinas aguas. Cuando se dirigían con sus caballos hacía él, Roldán picó las espuelas de su caballo y el animal realizó un impresionante salto, salvando la foz y cayendo en la peña de San Miguel, donde las patas del caballo quedaron grabadas.
El hombre muerto de Guara
La
silueta de la sierra de Guara puede contemplarse desde la mitad meridional de
la provincia de Huesca y desde algunos puntos de la provincia de Zaragozana. Su
aspecto ha dado origen a una hermosa leyenda en la que las montañas cobran vida
y se relacionan con los mismos sentimientos y pasiones que los seres humanos.
El
viejo Gabardón era el padre de dos jóvenes y bellas doncellas: Gabarda y
Gabardiella. Gabarda se fue a vivir a los Monegros y Gabardiella se enamoró
locamente de Gratal, un monte seco y arisco. El padre no aprobaba estos amores:
–Hija
mía, ¡olvida a Gratal, es un pico pobre, sin vegetación! ¡Cásate con Guara, que
es fuerte, rico y frondoso!
Pero
Gabardiella quería a Gratal.
Gabardón
pidió ayuda a su amigo Guara, el más fuerte de todos los montes. Un día Guara
los encontró juntos, formando una única montaña, y de un gran golpe los separó,
dejando a Gratal tal como lo podemos ver, solitario.
Las
lágrimas de Gabardiella dieron origen a las aguas del río Flumen, que corren
por la foz del “Salto de Roldán”, entre la peña de San Miguel y la peña Amán.
Gratal
se enfureció y una noche, aprovechando que Guara estaba dormido, le asentó una
puñalada. Así quedó para siempre esa figura que conocemos como el “hombre
muerto de Guara”. En la cabeza, Fraginete es la nariz. El pico Guara ocupa el pecho, y las rodillas corresponden al denominado Cabezón de Guara.
El arriero de Las Almunias
La historia del arriero de las Almunias es harto
curiosa. Este personaje iba de pueblo en pueblo transportando mercancías. Una
noche de verano que se quedó a dormir en el carro, oyó a las brujas y vio que
se untaban con ungüentos y salían volando tras realizar el siguiente conjuro:
“Por encima de rama y hoja,
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
El arriero recogió el ungüento, que se habían
olvidado las brujas, y realizó el conjuro montándose en una escoba, pero erró
en el comienzo:
“Entre rama y hoja
a las eras de Tolosa,
sea lugo allá”.
Realizó el vuelo, pero muy accidentado, pues pasó
entre las ramas y hojas de los almendros, los olivos, los chopos..., y llegó al
aquelarre completamente llenó de magulladuras.
Allí, observó que el diablo, en forma de macho
cabrío, presidía la reunión. Todos los brujos y brujas le obedecían. A nuestro
arriero le entró un miedo atroz y se limitó a seguir al resto de convocados.
Antes del amanecer, brujos y brujas, se despedían realizando el ósculo anal; se
colocaban en fila y daban un beso al trasero del diablo, como signo de
sumisión. Esto a nuestro protagonista le daba mucho asco, así que cuando le
tocó el turno sacó un punzón que guardaba en el bolsillo y se lo clavó.
El ritual se repetía una segunda vez, y cuando le
tocó el turno al arriero, el diablo se volvió malhumorado y le dijo:
–¡Tú pasa, pero no beses!
Y más leyendas
Algunos animales ayudaron a los humanos, como la “santa craba” de Abiego. Varios lobos atacaron el rebaño de cabras que cuidaba una niña. Ésta se encomendó a la Virgen y una cabra, la de mayor tamaño, la protegió. La niña, asustada, se subió al lomo del animal, que cogió carrerilla y dio un salto sobre un barranco poniéndola definitivamente a salvo. Este barranco aún se denomina el de la “Santa Craba”.
En Alquézar dicen que un monje recorre la colegiata y hace sonar una campana. Su sonido puede anunciar algún suceso malo o la muerte de algún pecador. El fantasma de Alquézar, según las gentes del lugar, corresponde a un anacoreta que habitaba en el santuario de la Virgen de Lecina. Fue un hombre muy prudente y sobrio en sus costumbres, pero en su larga vida tuvo un pequeño desliz. Se le apareció una mora de gran belleza y ante sus encantos sucumbió. Después, el monje se arrepintió de su pecado y se sometió a una penitencia durísima hasta su muerte. Sin embargo, dice la leyenda que su alma en pena continúa vagando por la colegiata hasta que se redima.
Artículo publicado en el suplemento extraordinario "San Lorenzo 2013" del Diario del AltoAragón, 10 de agosto de 2013
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