miércoles, 17 de diciembre de 2008

San Esteban (26 de diciembre)

Parroquial de San Esteban de Egea, en el valle de Lierp (Foto: J.A. Adell)

EL CICLO FESTIVO ANUAL

Por José Antonio ADELL CASTÁN y Celedonio GARCÍA RODRÍGUEZ

Pasadas las fiestas más importantes del invierno, la Nochebuena y la Navidad, la Iglesia honra al diácono San Esteban, cuyo culto y devoción está muy arraigada en tierras catalanas, hasta tal extremo que es uno de los días no laborales del calendario de la vecina comunidad.

También en el Alto Aragón existe devoción a este santo. Varias poblaciones llevan su nombre: San Esteban de Litera, San Esteban del Mall o San Esteban de Guarga estos dos últimos despoblados.

Fue uno de los primeros siete diáconos consagrado por los Apóstoles. Su martirio aparece en los Hechos de los Apóstoles. Acusado de blasfemar contra Moisés, fue condenado por el Sanedrín de Jerusalén, donde confesó con valentía su fe:

"Pero él lleno del Espíritu Santo, mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios y dijo: «Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos, dando grandes gritos, se taparon los oídos y se arrojaron a una sobre él, le echaron fuera de la ciudad, y se pusieron a apedrearle".

El día de su muerte se desencadenó, una feroz persecución contra la Iglesia de Jerusalén, que obligó a varios de sus discípulos a dispersarse. A Esteban lo enterraron unos hombres piadosos, que hicieron gran duelo por él. Los que apedrearon al diácono dejaron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo, que luego, tras su conversión, pasaría a ser el apóstol viajero.

La devoción al santo se halla extendida, según Castillón Cortada, durante la Iglesia visigótica, como lo indican los topónimos que se conservaron durante la conquista musulmana.

Durante la Edad Media fue patrono de los campaneros, sacristanes, escolanos y diáconos, en recuerdo de su misión en la Iglesia primitiva, así como de los canteros, marmolistas y la gente que trabaja en la piedra en recuerdo de cómo fue lapidado.

Era costumbre que en esa jornada se comieran los restos del pollo o pavo de Navidad, que no se habían consumido en los días anteriores. Venía a ser el final de los días navideños.

CONTINÚA

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